"Todos los días la gente se arregla el cabello,
¿Por qué no el corazón?"

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El poder de la escritura II

 
La semana pasada os hablé de los beneficios de la escritura terapéutica a nivel personal y terapéutico. Si no leísteis la entrada, podéis hacerlo pinchando aquí. Hoy, me centro en explicaros cuáles son los beneficios de la escritura terapéutica en la enseñanza y en la enfermedad.
 
La escritura se puede utilizar como recurso en la enseñanza. Los destinatarios ideales para este tipo de actividad son los alumnos de Secundaria y, en algunos casos, los del último ciclo de E. Primaria.
Los profesores no tienen únicamente la posibilidad de transmitir conocimientos a sus alumnos sino que también pueden favorecer que contacten con ellos mismos, se acepten, se valoren y descubran cuáles son sus recursos personales para afrontar sus problemas. Hay muchas estrategias diferentes que pueden conseguir estos objetivos y entre ellas se encuentra la escritura terapéutica.
¿Por qué es tan adecuada esta práctica en el aula? Porque, entre otras cosas, los alumnos están muy familiarizados con la escritura, los textos, la lectura, etc. y es una buena forma de que reflexionen, tomen perspectiva y aumenten su creatividad con un medio en el que se sienten seguros.
¿Cómo se pueden integrar los ejercicios de escritura terapéutica en el aula? En la clase de tutoría como medio para que los alumnos se conozcan a sí mismos y trabajen aspectos inconclusos de sus vidas o, en la clase de Lengua y Literatura para trabajar la escritura de textos poéticos y en prosa pero con un contenido que, además, trabaja a nivel interno.
 
 

La escritura también puede utilizarse como recurso en la enfermedad. La escritura ayuda en la curación tanto a nivel psicológico como físico. Cuando escribimos se activan los dos hemisferios cerebrales que, cuando se interrelacionan, ayudan a la regulación del sistema límbico y aumenta el equilibrio emocional.
James W. Pennebaker afirma que el hecho de guardar en nuestro interior hechos traumáticos o que nos suponen emociones negativas hace que sintamos un mayor nivel de estrés, lo que produce consecuencias negativas en nuestro cuerpo. Por tanto, partiendo de esta base, la liberación de esos pensamientos y hechos traumáticos reduciría el estrés disminuyendo el ritmo cardíaco y provocando cambios positivos en un gran número de leucocitos. De esta forma, el sistema inmunológico sería más eficaz y, por tanto, podríamos afrontar las infecciones con un mejor pronóstico.
¿Significa esto que la escritura terapéutica es capaz de curar enfermedades? No. No se puede utilizar como único método para mejorar psíquica y físicamente, pero sí es un buen complemento como tratamiento para la prevención y mejora de estados de salud.
 
¿Todo el mundo puede utilizar la escritura terapéutica para sentirse mejor? Sí. Como ya comenté la semana pasada, no es necesario ser Calderón de la Barca para trabajar con la escritura. Pero, no olvidemos, que sólo aquellas personas que estén dispuestas a emocionarse haciéndolo, serán las que puedan disfrutar de los efectos positivos de la escritura.
 
Si os interesa la escritura terapéutica podéis encontrar muchos ejercicios en el libro de Reyes Adorna, Practicando la escritura terapéutica.
 
 
 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

El poder de la escritura I

Hoy os hablo de algo que me fascina y que he practicado desde siempre. Durante la infancia, para dar rienda suelta a mi imaginación. Durante la adolescencia, para desahogarme de todo ese caos que generaba la mezcla de hormonas y emociones intensas. Y, en la adultez, desde el conocimiento de que, llevarlo a cabo, supone muchas ventajas para aquél o aquella que lo quiere hacer. Os hablo de la escritura terapéutica.
 
 
 
 
Como las ventajas se dividen en diferentes ámbitos, hoy os explicaré en qué consiste la escritura terapéutica a nivel general, en el ámbito personal y en el contexto de sesiones terapéuticas. La próxima semana os comentaré cuáles son sus ventajas en la enseñanza y en la enfermedad.
La escritura favorece no sólo la creatividad sino también nuestro crecimiento como personas. La palabra escrita va más allá de nuestros pensamientos con un poder especial para la curación.
Nuestros pensamientos van muy rápidos, son espontáneos, desordenados, redundantes y pueden producirse ambigüedades y contradicciones además de irnos por las ramas y perder el objetivo que queríamos cumplir. A veces, puede interrumpirse un pensamiento por otro que llega con más fuerza y no ser conscientes hasta que llevamos un rato divagando sin llegar a ninguna conclusión.
Con la escritura, podemos manejar esos pensamientos más fácilmente, borrarlos, tacharlos, aumentar la concentración y hacernos más conscientes de lo que nos ocurre. El hecho de escribir nos obliga a pararnos, madurar nuestras ideas y organizarlas.
Además, tiene la ventaja de que sólo se necesita un cuaderno y un boli o, si se prefiere, un ordenador. Si se escoge escribir a mano, el nivel de personalización es mucho mayor. Se puede elegir un diseño de libreta que vaya con nuestro estilo, dibujar, personalizar la portada, etc. Y, con la libreta física, podemos escribir allá donde vayamos si la tenemos siempre con nosotros. Aun así, la persona tiene que escoger el medio en el que se sienta más cómoda.
Otra de las facilidades de la escritura terapéutica, es que no se necesita un momento y un lugar concreto para llevarlo a cabo. Se puede elegir cualquier sitio y cualquier hora que nos apetezca cada vez que vayamos a escribir. Puede haber ciertas excepciones en las que se deba escribir en momentos concretos si la escritura terapéutica se está llevando a cabo en el marco de un tratamiento psicológico profesional.
 
Escribir nos puede ayudar, a nivel personal, por tener en este medio a un amigo  ideal que siempre nos comprende y, muy importante, que nunca nos abandona. Siempre está ahí para cuando lo necesitamos. Pero, cuidado con nuestro nivel de perfección. No se trata de escribir el mejor relato de la historia o una poesía ganadora de un concurso. Si nos centramos en hacerlo perfectamente, no nos estaremos ayudando. Al contrario, ya que el peso de la perfección nos empujará hacia la frustración de no sentirnos capaces de hacerlo “adecuadamente” o “como debe ser”.  
Lo que importa no es la forma, sino la acción. El acto de escribir ya es terapéutico y tiene la particularidad de que, si la persona no lo desea, no tiene por qué enseñárselo a nadie. Si no hay presión externa ¿Por qué ponerla nosotros? En ese caso, más que ayudarnos, estaríamos provocando más dolor.
 
La escritura como recurso psicológico en consulta tiene sus inicios en el psicoanálisis a pesar de que, desde hace muchos siglos, tanto el escribir como el leer se consideran una forma de liberarse de todo el dolor excesivo buscando la paz y el desahogo. Desde sus comienzos, ha ganado más importancia en las terapias actuales porque tiene varios beneficios que ayudan en el proceso terapéutico:
-          Supone una participación activa del paciente aumentando su implicación en las tareas y disminuyendo la visión del terapeuta como protagonista por su poder de “curación”. La responsabilidad no recae en el psicólogo sino en el paciente que trabaja y pone en marcha las herramientas que el profesional le da.
-          Facilita la expresión de los sentimientos y emociones.
-          Disminuye la introspección excesiva. Al plasmar la idea en el papel, el paciente puede salir de su espiral de pensamientos y rumiaciones con las que, posiblemente, incremente su ansiedad y no le sirva para solucionar el problema que le preocupa.
-          Tomamos distancia de lo que pasa y esto nos ayuda a mirar las cosas desde otra perspectiva.
 
¿Os animáis a escribir para sentiros mejor? Si lo hacéis, espero que me contéis que tal os ha ido ;)
 
 
 

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Este/a niño/a no me come nada


 
 
Este/a niño/a no me come nada” ¿Cuántas veces hemos escuchado o dicho esta frase? ¿Cuántas abuelas y cuántos abuelos se preocupan por si sus nietos se desnutren? ¡Con todo lo que les ha costado a ellos ganarse el pan para conseguir comida y ahora su nieto/a no quiere comer!
Lo mismo ocurre con algunos padres y madres que se preocupan porque sus hijos, a los que quieren con toda su alma, se encuentren perfectamente. Ante todo esto, es normal que las personas nos preocupemos por el estado de salud de nuestros seres queridos, y la comida es un factor muy importante para ese estado de salud que tanto nos importa.
Pero, antes de preocuparnos, es aconsejable que entendamos por qué razones puede no comer un/a niño/a. Entre los dos y los seis años casi todos los niños pasan por una etapa en la que se hace notable la inapetencia a la hora de comer. ¿Significa eso que están enfermos? En un principio, no. Si un/a niño/a recibe comida sana, saludable y con los nutrientes necesarios, estará sano aunque tome muy poca cantidad o incluso si algún día de forma aislada no come nada.
Y entonces, ¿cómo sé si ha comido lo suficiente? Para ello, es de gran ayuda apuntar durante una semana todo lo que come. Si no lo hacemos, es posible que si un día come menos de lo esperado, nos preocupemos y nos olvidemos de que los días anteriores ha comido perfectamente. De esta forma, al apuntarlo, basamos nuestra preocupación en datos objetivos y evitamos dejarnos llevar por la ansiedad que nos ha provocado el día en el que ha comido menos.
¿Qué podemos hacer si no quiere comer? Algo sencillo que puede suponer un gran esfuerzo para las personas a las que preocupa este tema. Tratar el tema con total normalidad. Ni insistir o castigar en el caso de que no coma, ni premiar en el caso de que sí lo haga. Si damos demasiada importancia al momento de la comida, el comer o no comer puede basarse en retos, demandas de atención, vinculación con momentos negativos, etc.
¿Cómo podemos facilitar que el niño o la niña coman mejor si sabemos que les resulta complicado hacerlo con normalidad?
 
·         Escribiendo un menú para toda la semana. Si el niño o la niña tiene más de dos años, el menú será igual para toda la familia. Si lo escribimos será más fácil que no se sucumba a la tentación de preparar otro plato del gusto de quien no quiere comer.
·         Comer siempre en el mismo lugar. Los niños necesitan rutinas y se encuentran mejor si siempre se sigue el mismo patrón.
·         Evitar distracciones durante la comida. Aunque poner la televisión puede sernos útil para conseguir que coma “sin darse cuenta”, estaremos consiguiendo lo que queremos únicamente a corto plazo. Si mañana no hay televisión o come en casa de los abuelos, en el colegio, o en cualquier otro lugar donde no se ponga el canal de televisión que le distrae, nos encontraremos el mismo problema de que no quiere comer ya que el tema no se ha solucionado, se ha aplazado para otro momento. Como distracciones también se entienden los cuentos, los juegos, los disfraces y demás actividades que los padres, con toda su buena voluntad, ponen en marcha con su creatividad al máximo nivel. Si hacemos que el niño o la niña se divierta tanto a la hora de comer, retrasará el final de este momento para que la función no acabe.
·         Limitar el tiempo. Poner un horario cerrado a la hora de comer. Si no siempre es posible empezar a la misma hora, establecer cuándo se acabará pasados X minutos. Como los niños pequeños no conciben muy bien el paso del tiempo, se les puede poner un reloj de agujas en la mesa o en la pared y especificarle que cuando la aguja llegue al número X, se habrá terminado el tiempo de comer. El tiempo estimado en el que un/a niño/a tarda en comer es de unos 30 minutos aproximadamente.
 
 
Uno de los aspectos más difíciles para todo familiar que intenta solventar este tema es entender que, a día de hoy y si las circunstancias económicas y sociales son las “normales”, ningún niño se ha muerto ni se va a morir de hambre. Si el niño o la niña no quiere comer y pasan los minutos establecidos previamente para estar en la mesa, no se le obliga a comer, ni se le insiste, ni se le da otra cosa, ni se le riñe, ni se le da atención por no haber comido. Se le puede informar de lo que sucederá si decide no comer. “Si no comes ahora sabes que no vas a comer hasta la hora de la merienda y quedan muchas horas para eso. Tú decides”. Más tarde, cuando todavía queden dos horas para que la merienda llegue (una merienda como siempre, no con más comida para paliar todo el hambre que tiene), su barriga le pedirá comida y se acordará de la decisión que tomó previamente a la hora de comer. Si es muy pequeño/a se le puede recordar que fue él/ella el/la que decidió estar tanto tiempo sin comer. Al principio se frustrará pero, con el paso de los días, aprenderá la lección por sí mismo/a.
Por último, es importante destacar que no acabaremos con esta situación porque un día pase hambre y lo recuerde el resto de su vida. Es necesario que los padres, tíos, abuelos o quienes compartan la hora de la comida con ellos, se armen de toda su paciencia y entiendan que es un cambio a largo plazo y, por tanto, se necesita perseverancia y congruencia en nuestros actos de forma mantenida en el tiempo.